Cajal en Madrid: ciencia, ciudad y vida cotidiana

05 jun 2025
Cajal en Madrid: ciencia, ciudad y vida cotidiana

Una conversación con Javier Sanz, médico, académico y autor del libro que redescubre los espacios, rutinas y pasiones del Nobel en la capital española.

 Empezamos con una pregunta clave: ¿por qué este libro?

 Creo que existía una carencia en la biografía de Ramón y Cajal, al menos en lo que respecta a su etapa madrileña tratada de forma monográfica. Aunque había noticias dispersas, tanto el personaje como la ciudad merecían una obra como esta, que recogiera de forma cohesionada su paso por Madrid.

 

¿Ha sido posible descubrir aspectos inéditos de su vida?

Es muy difícil aportar novedades sobre Cajal, ya que él mismo autobiografió gran parte de su vida, y muchos periodistas lo retrataron en sus años de éxito. Sin embargo, hay datos valiosos ocultos en libros y, sobre todo, en archivos, que merecen ser rescatados.

 

¿Por qué eligió Cajal Madrid como su lugar de residencia definitiva?

Cajal llegó a Madrid con el objetivo de culminar su carrera universitaria, lo cual era lógico a pesar de su juventud. Pero, además, sabía que la capital era una ciudad abierta, donde podría integrarse cómodamente y participar en los foros culturales que tanto le atraían. Aunque intentó mantener una vida discreta, su fama tras recibir el Premio Nobel le convirtió en un personaje público inevitablemente.

 

¿Qué lugares marcaron su vida profesional y personal en Madrid?

 Podemos hablar de dos tipos de espacios: los profesionales, como la Facultad de Medicina, el Instituto de Investigaciones Biológicas o el Instituto de Higiene Alfonso XIII, donde cumplía rigurosamente con sus horarios y tareas. Y los lugares de ocio, como los cafés, donde participaba en tertulias de alto nivel, o el Ateneo, donde también impartió docencia en algunos cursos.

 

¿Cuál fue la relación de Cajal con el Colegio de Médicos?

En este colegio se encontraba la Facultad de Medicina, donde impartió clases durante más de tres décadas en el "Aula Cajal". También dedicó muchas horas al laboratorio, gracias al apoyo del decano Julián Calleja. Fue un docente riguroso, comprometido con sus obligaciones y su labor investigadora.

 

¿Considera que la ciudad de Madrid rinde suficiente homenaje a Cajal?

 Aunque su nombre figura en lugares destacados —como un hospital, un instituto de investigación, una gran avenida y varios monumentos, como el del Retiro—, no es suficiente. Falta un Museo Cajal, que los investigadores extranjeros preguntan al llegar a Madrid, y también una señalización específica de los lugares donde vivió, trabajó y frecuentó. Cajal es un verdadero lujo para Madrid.

 

¿Cómo fue el proceso de documentación?

 La investigación archivística y bibliográfica ha dado resultados muy significativos, además de los textos imprescindibles como sus Recuerdos de mi vida o El mundo visto a los ochenta años, que contienen testimonios fundamentales del propio autor.

 

¿Qué valores destaca de la figura de Cajal?

Su disciplina, sin duda. Para sacar adelante un trabajo vocacional como el suyo, esa entrega era esencial. Como dice el refranero: "no hay atajo sin trabajo". Cajal dedicó muchas horas a una investigación sacrificada, en ocasiones en condiciones muy precarias.

 

¿Aún queda mucho por descubrir sobre Cajal?

 Nunca se sabe. Su figura y obra están cada vez más estudiadas, especialmente desde el ámbito de la neurociencia. Ya publiqué hace unos años Cajal y las Academias, con información de diversas instituciones, incluida la Real Academia Española, donde fue académico electo, aunque nunca tomó posesión.

 

¿Qué ha supuesto para usted este trabajo?

A cierta edad, uno adquiere un "oficio" que facilita la investigación historiográfica. La biografía ha sido una de mis líneas más trabajadas, y en este caso no he encontrado grandes dificultades.

 

Para finalizar, ¿qué cree que aportará este libro a los lectores?

Una visión muy humana de Cajal. No se trata de un mito, sino de un hombre brillante y disciplinado. Para los madrileños, supone el orgullo de saber que nuestro Nobel vivió plenamente en esta ciudad, a la que eligió como destino definitivo. Supo ver en Madrid un lugar que le confirmó su intuición: aquí fue feliz.